CIUDAD
DE MÉXICO 26 Abril 2015.- No llevan el número 43 por bandera ni salen a las
calles en cada marcha, pero en casa de Aldo Gutiérrez todo se trastocó hace
siete meses, cuando un tiro en la cabeza lo dejó en coma. Desde entonces, su
familia vive a los pies de su cama de hospital de México, luchando contra el
miedo y el olvido.
Miedo
porque temen represalias de un enemigo desconocido que quiera acabar con la
vida de este joven de 20 años o a que el Gobierno les deje de ayudar con el
pago del hospital especializado en neurología en el que está internado en la
capital del país.
Y
olvido es lo que ven venir cuando cada vez menos personas se interesan por este
caso que, pese a haber conmocionado al mundo, cada día llena menos páginas de
periódicos y une a menos gente en las calles.
Mañana
se cumplirán siete meses de los hechos violentos en Iguala la noche del 26 de
septiembre, cuando un grupo de estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa
fue atacado por policías corruptos por órdenes del entonces alcalde, José Luis
Abarca.
Desde
entonces, 43 jóvenes permanecen desaparecidos, según la versión oficial, fueron
entregados a un grupo de narcotraficantes, asesinados e incinerados en un
basurero, algo que los padres no piensan dar por válido sin pruebas
contundentes.
Además,
esa noche murieron seis personas, incluidos tres estudiantes, y Aldo recibió un
tiro en la cabeza que lo dejó en el limbo entre la vida y la muerte, un coma
del que los médicos no saben si saldrá.
En
un café junto al hospital del que apenas salen, Diana y Azucena, dos de sus
hermanas, recuerdan a Efe que aquella noche Aldo fue llevado a dos hospitales,
pese a que ya lo daban por muerto.
En
el primero, lo rechazaron y en el segundo, el Hospital General de Iguala,
tardaron horas en atenderlo. “Fueron mi papá y mi hermano y hasta que no
llegaron no lo atendieron, no lo querían atender porque no lo conocían”, cuenta
Azucena, la mayor de los 14 hermanos Gutiérrez.
Desde
entonces no han dejado solo ningún día a Aldo, que quería ser profesor, como lo
es otro de sus hermanos que también estudió en Ayotzinapa. Se turnan por
semanas los hermanos, padres y cuñados y se quedan ahí, hablándole y apuntando
en un cuaderno de registro cada mal día, cada avance o cada gesto de esperanza.
“Los
médicos nos comentan que en el estado en el que está va a ser difícil que
recupere ciertas cosas, pero nosotros tenemos una esperanza porque él respira
solo y escucha, nosotros le hablamos y escucha. De repente se mueve y para
nosotros es una alegría”, cuenta Diana.
Las
dos reconocen que los médicos son quienes les bajan de la nube de las alegrías
y les dicen que los movimientos, párpados incluidos, son solo reflejos. Por
ejemplo, saben que Aldo no verá más, pero creen que sí escucha.
Por
ello Diana y Azucena le cuentan cosas del pueblo, de sus amigos, de su equipo
de fútbol, quienes la pasada semana le trajeron un uniforme con su nombre. Ayer
le contaron que “ha sido abuelo”, pues su adorada gata Minina ha tenido tres
gatitos.
Diana
y Azucena cuentan que, aunque su padre y su hermano sí han tenido contacto con
los familiares de los desaparecidos, la familia Gutiérrez permanece un poco al
margen de la lucha del resto.
“Nosotros
lo que queremos es la rehabilitación de él. Nos da un poco de miedo que vayan a
pensar que él sigue vivo…”, dice Diana, sin terminar la frase, pero afirmando
que el miedo es a que venga alguien a hacerle algo.
Ahora
solo piensan en que no los olviden, pues “ya la gente se está alejando de
nosotros, cada vez tenemos menos apoyo, con el tiempo la gente se olvida, pero
nosotros aquí estamos todavía, seguimos en las mismas”, apunta.
Las
ayudas cada vez son menos pues no les pagan el transporte hasta Ciudad de
México, cuando son una familia de campesinos. Y sigue sin llegar algún médico
que dé una segunda opinión sobre el caso.
Sin
embargo, cuando llegan los momentos de desesperanza para la madre de Aldo, sus
hermanas la animan recordándole que en la comunidad vecina de Tecoanapa “hay
una mujer que tiene a dos hijos desaparecidos”.
“Yo
le digo a ella, esta mujer ya no los va a ver, nosotros tenemos a nuestro
hermano, usted lo está viendo”, señala Diana, quien explica que pese a los
malos momentos, su madre se conforma con tenerlo ahí, con verlo y saber dónde
está.
EFE
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