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Revelaciones del libre “La verdadera noche de Iguala”

El Silgo. 

‎ACAPULCO, Gro., 30 Noviembre 2016.- Militares del 27 Batallón de Infantería “operaron por órdenes de un capo” para recuperar un cargamento de heroína, con valor estimado de 2 millones de dólares, el cual estaba oculto en dos autobuses tomados por los normalistas el 26 de septiembre 2014, revela el libro La verdadera noche de Iguala.
Con base en entrevistas con un narcotraficante clave de Guerrero y otros testimonios directos, la periodista Anabel Hernández -autora de la obra-, amplía y profundiza lo que había expuesto previamente en la revista Proceso, sobre cómo dicho batallón tomó el control de Iguala durante las horas en las que desaparecieron 43 jóvenes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, cuyo paradero aún es incierto.
Hernández obtuvo un documento de la PGR, hasta ahora oculto, en el que la Visitaduría General de la institución instruye que se investigue al 27 Batallón de Infantería. Por órdenes presidenciales, la investigación fue frenada, señala la periodista.
El visitador que elaboró esa “evaluación técnica jurídica”, César Alejandro Chávez Flores, se vio obligado a presentar su renuncia a la Procuraduría en septiembre pasado.
El documento de la PGR, en poder de la reportera, establece: “Se instruye… que se amplíe la investigación respecto al Capitán José Martínez Crespo con la finalidad de que se averigüe sobre las imputaciones que se le han hecho en relación a sus posibles vínculos con la delincuencia organizada y cuyo resultado sea remitido a la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO)”.
Además, instruye a valorar posibles “conductas omisas en que pudo haber incurrido personal de Sedena del 27 Batallón de Infantería, con sede en Iguala, Guerrero”, para que “de contar con datos y elementos de prueba suficientes se amplíe la investigación respecto de posibles ilícitos que se les pudiesen atribuir, como podría ser Encubrimiento, o del Abuso de Autoridad o de cualquier otra circunstancia indebida en el ejercicio de sus funciones”.
Si el caso Ayotzinapa cimbró al país, La verdadera noche de Iguala representa prácticamente otra sacudida de gran calado.
La colaboración de los militares con el narco queda al descubierto en el libro:
“La noche del 26 de septiembre de 2014 le informaron a un narcotraficante con un importante nivel de operaciones en Guerrero, quien se encontraba en Iguala, que estudiantes de la Normal de Ayotzinapa iban a bordo de dos autobuses en los que se ocultaba un cargamento de heroína con un valor de al menos dos millones de dólares; los normalistas ignoraban que viajaban con la preciada carga y que su destino estaba ligado a ella”.
“Aunque el capo estaba acostumbrado a traficar varias toneladas de heroína, la cantidad que transportaban los autobuses no era menor y no se podía permitir ese robo aunque fuera accidental; si lo toleraban, se perdería el orden en la plaza”.
“Si se mata por veinte mil dólares, ¿por dos millones? Es una manera de operar. La recuperación de la mercancía era un tema de dinero y un tema de autoridad, si se permitía ese robo después habría más’, explicó un informante de credibilidad comprobada, con quien se sostuvieron varias reuniones a lo largo de quince meses durante esta investigación”.
“El narcotraficante en cuestión tenía al menos ocho años trabajando en la entidad; primero como colaborador de Arturo Beltrán Leyva, con el que traficaba droga a Estados Unidos —no como un subalterno sino como un socio minoritario que con el tiempo adquirió más poder, aunque logró mantener un perfil discreto—, pero su nombre nunca se ha mencionado en las causas penales de otros integrantes de ese cártel, como Édgar Valdez Villarreal, Gerardo Álvarez Vázquez o Sergio Villarreal Barragán”.
“En 2009, cuando ultimaron a Arturo Beltrán Leyva en Cuernavaca, el capo decidió seguir con sus propias operaciones usando Guerrero como base: para el control de la zona tenía en su nómina a militares del 27 y 41 Batallones de Infantería, policías federales, policías ministeriales de Guerrero, policías federales ministeriales, policías municipales de Iguala y diversas autoridades de los municipios cercanos, así como en la sierra donde se siembra la amapola y se procesa la heroína”.
“Cuando le reportaron la pérdida de su valiosa carga, el capo habría hecho una llamada al coronel de infantería José Rodríguez Pérez, comandante del 27 Batallón, para pedirle que recuperara la mercancía a como diera lugar. El Ejército era la fuerza de seguridad que tenía mayor autoridad en la ciudad; tal vez el narcotraficante no dimensionó la magnitud del operativo para recobrar la droga”.
“Quien encabezó la operación para rescatar la droga fue el mismo Ejército‘, señaló la fuente de información enterada de los hechos”.
“Los peritajes de balística obtenidos para esta investigación, así como la mecánica de hechos, apuntan a que los autobuses Estrella de Oro 1568 y 1531 eran los vehículos cargados de droga, que fueron blanco de los ataques de esa noche: detuvieron al primero en el cruce de Juan N. Álvarez y Periférico Norte, y al segundo en la carretera Iguala-Mezcala, a la altura del Palacio de Justicia, con ayuda de la policía municipal de Iguala, Huitzuco y Cocula, así como de la Policía Federal y la Policía Ministerial de Guerrero”.
“De acuerdo con esta versión, en el momento en que los militares rescataban la droga de los autobuses, los normalistas a bordo se habrían dado cuenta de lo que estaban extrayendo de los compartimientos, imprevisto que detonó súbitamente la necesidad de desaparecerlos para no dejar testigos”.
La verdadera noche de Iguala indica que el narcotraficante sólo buscaba recuperar la mercancía y “dejaron todo en manos de los militares”. “Ningún cártel de la droga incendia su propia plaza… es absurdo”, indica la periodista a Aristegui Noticias.
Otro aspecto que destaca la obra es que “en Guerrero opera una red de colusión entre choferes de autobuses de pasajeros y diferentes grupos criminales para mover la droga; habitualmente el negocio funcionaba sin contratiempos gracias a la corrupción que lo protegía”.
En medio de la confusión que reinaba aquella noche de septiembre 2014, uno de los choferes de los autobuses tomados por los normalistas fue a dar a la casa donde operaba el narco. La famosa “casa blanca” en Iguala que apuntó un informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes.
De acuerdo con el GIEI, el chofer reveló: “Al llegar me sentaron entre dos policías encapuchados y salió un señor con camisa blanca y pantalón negro, el cual se veía con el cuerpo de una persona que hace ejercicio” (de unos 40 años), y quien dijo ‘¿quién chingados es este cabrón?’. Los policías le dijeron es el chofer del autobús, y dijo el señor ‘pues llévenselo también ya saben dónde’, y se fue caminando hacia su camioneta, la cual no pude ver bien, y les gritó: ‘Déjenlo que se largue’”.
La descripción física del “señor” que hace el chofer coincide justamente con la del capo antes mencionado, el mismo que habría solicitado el apoyo del Ejército para recuperar la heroína“, apunta el libro de Anabel Hernández. Supuestamente, este personaje clave desconoce el paradero de los 43.
La reportera obtuvo además una copia del dictamen de balística de la Fiscalía de Guerrero -la primera en encargarse de las investigaciones del caso Ayotzinapa-, la cual establece que se encontraron cartuchos que corresponden al calibre de las armas que esa noche solo portaban los elementos del 27 batallón y producidos por la fábrica de armas de la Sedena.
El ataque a los normalistas, apunta el libro, se concentró en el autobús Estrella de Oro 1568 y en el de Castro Tours. “cabe señalar que tanto los dos camiones Estrella de Oro como el de los jugadores (los Avispones de Chilpancingo, también atacados) eran de color blanco con franjas verdes… Los tres son casi idénticos y no había manera de diferenciarlos: esa descripción de los vehículos es lo único que justifica el fuego a granel contra el autobús que transportaba a los deportistas”.
Antes de salir del país en abril pasado, el GIEI urgió al gobierno federal y a la PGR que investigaran a los militares de Iguala y a la Policía Federal: “La PGR deberá requerir la documentación militar relevante, sobre los sucesos de la noche del 26 y 27 de septiembre de 2014, misma que no se ha incorporado a la investigación.  También deberá requerir los planes locales de seguridad, reportes, convenios, competencia de las distintas autoridades de seguridad que muestren los procedimientos de actuación.  Así como la actuación de las diferentes corporaciones en función de dichos planes de actuación. La PGR debe recuperar evidencia de videos de C4 y otros que no se encuentran en el expediente, incluyendo el material fotográfico tomado por el militar de inteligencia del escenario del Palacio de Justicia”. 
Además indicó que debería “investigar posible traslado de estupefacientes“, con el fin de conocer “las rutas utilizadas para el traslado de heroína hacia Estados Unidos, el medio de transporte utilizado.  Si los propietarios de los medios de transporte son empresas, indagar sobre los propietarios, accionistas, socios…”.
Y sentenció: “Es necesario agotar todas las declaraciones testimoniales… que aún no se han realizado (…). Deben realizarse las entrevistas a integrantes del 27 Batallón de acuerdo con las preguntas propuestas por el Informe Ayotzinapa II“.

La recomendación sigue sin cumplirse: Este libro, publicado por Penguin Random House, a través de su sello Grijalbo, se difunde a partir de la próxima semana y se presenta el 1 de diciembre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.