José
Luis González C.
La
Katrina tiene al gobernador hasta las coronillas, sus devaneos constantes en la
gestión de la comunicación social-cargo que se le dio como parte de las cuotas
entre los grupos de poder que le ayudaron a Héctor Astudillo Flores, ganar la
elección de 2015-, le ha acarreado pérdida de consenso y distanciamiento con
quienes coadyuvan a la “construcción de la realidad”.
Para
la Katrina, la relación prensa-poder, es un lastre social, una carga para el
aparato burocrático de gobierno y no una necesidad impuesta por la ley, que
obliga al poder a informar y a cumplir con el derecho a la información que
tiene la sociedad.
La
Katrina Fue secretaria de Desarrollo Social en el cuestionado gobierno de
Manuel Añorve Baños, que terminó en medio de un escándalo mayúsculo que se
tenga memoria, con una administración desfalcada y en quiebra que le entregaron
a Luis Walton Aburto.
Se
inspira en Margaret Thatcher, de niña fue su admiradora, soñó ser como ella y
detesta a Indira Gandhi. Su feminismo es anacrónico, en el que reproduce la
misma actitud machista y discriminatoria de algunos hombres hacia las mujeres.
Siempre
ha tenido como estrategia un discurso beligerante y recalcitrante contra la
oposición y contra las mismas féminas, con cierto tono enfermizo, como lo hizo
contra la ex candidata del PRD en campaña, Beatriz Mojica Morga. Un discurso
para destruir, no para construir, plagado de anatemas y diatriba.
Su
programa en la comunicación se limita a hacerla de dama de compañía del
mandatario estatal, descuidando el análisis de los positivos, los negativos y
los acumulativos que va teniendo el gobierno, pero chocando con frecuencia con
el primer círculo de poder, conducta que reproduce su personal, particularmente
su director operativo, José Luis Cañedo, quien ignora las disposiciones del
mandatario, aludiendo que sólo obedece las de su “amada”, La Katrina”.
En
cada acto público, se sienta en primera fila y espera siempre el turno del
mandatario estatal para grabarlo y tomarles fotos en su alocución, mismas que
sube en el acto a las redes sociales. A eso se limita.
Desconoce
la “Comunicación Gubernamental 360”, de la que se deriva la tesis de que toda
gobernabilidad democrática, pasa necesariamente por los medios de comunicación.
Comunicar es gobernar.
En
su imaginario le revolotea la idea de “gobiernamos bien”, “lo estoy haciendo
bien”, sin reparar que se dice la mentira, se comunica mal, porque no hay un
plan estratégico para ello, sino lo que la coyuntura va dando.
No
hay comunicación de valores, no hay un encuadre teórico de la comunicación
gubernamental, la que debe hacerse desde variados enfoques, que va desde el
análisis de contenido, el análisis del discurso, la psicología de la
persuasión, hasta la teoría de la argumentación.
No
sabe lo que se tiene que priorizar, más que la manipulación informativa,
soslayando los efectos de la Comunicación Política y su efectividad en la
opinión pública.
La
Katrina no ha tomado en cuenta que la Comunicación Social se gestiona,
precisamente para construir los consensos y prefiere hacerse de la vista gorda
cuando le señalan que el gobierno que representa está perdiendo consenso, que
lo que ella prometió como vocera de campaña de un gobierno del “orden y la
paz”, languidece en el desencanto de miles de ciudadanos que se lo creyeron.
La
Katrina vive atormentada en los demonios de la “teoría de la conspiración”, que
alguna vez escuchó en sus cursos de formación política. En todos ve
conspiradores de su gobierno, porque su premisa que la origina es: “estás
conmigo o contra mí”. No existe en su catálogo la concertación ni la unidad de
acción, sobre objetivos comunes como el de mantener la estabilidad social.
Su
ceguera política le impide descifrar mensajes, entender que la política se hace
con señas, signos y señales. Y que para mantener la gobernabilidad siempre se
tiene que sumar, no restar. Que la petulancia, la arrogancia y el despotismo,
son conductas políticas desfasadas. Que la inclusión y no la exclusión,
favorece más a los pilares de un régimen democrático, tan difícil de hacer.
La
Intolerancia, es el signo distintivo de La Katrina. No acepta ni un ápice de
crítica al desempeño gubernamental, ni siquiera las propositivas que permiten
dilucidar el panorama general de los escenarios que se configuran por el
accionar de los diversos grupos de poder, de presión y fácticos.
No
cree en la Libertad de Expresión ni de Prensa como principios universales del
hombre, que no sea el sometimiento absoluto de los medios de comunicación al
poder, al grado de la sumisión vergonzosa, con la que propaga la idea de que
cualquier trato es un favor.
El
área que detenta en el servicio público La Katrina, le ha acarreado más
problemas al gobernador que soluciones. Ha multiplicado el disenso. Su abuso le
ha impedido ser un muro de contención al ejecutivo que siempre está bajo muchos
fuegos.
En
la definición de cómo gobernar, no asimiló que se gobierna para tres sectores:
en primer lugar para los enemigos que están al acecho en espera de un error
para maximizarlo; en segundo lugar para los medios de comunicación que
“construyen la realidad”, y en tercer lugar para los de a pie, los que cifraron
la esperanza en un proyecto de cambio que traería la paz.
Ello
ha propiciado en los propios pasillos palaciegos de Casa Guerrero, la frase con
la que definía Voltaire a su asesorado Felipe II, representante del despotismo
Ilustrado: “escupe en el plato sólo para que los demás no coman”.
La
Katrina encabeza la lista de los primeros que tiene que remover el gobernador
Héctor Astudillo Flores, para evitar el entumecimiento de su gabinete y que su
mandato sea exitoso. Hay buenos y nuevos cuadros profesionales de la
comunicación política para su relevo.
En
su proceder atribulado, La Katrina olvidó pronto que en esta vida, todos somos
de paso, igual en el poder. Y eso no tiene nada que ver con la misoginia.
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