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Y 32 años después, los mexicanos muestran de nuevo que unidos nada los detiene

Por Ana Leticia Hernández

Eran las 13:14 horas del pasado martes 19 de septiembre cuando un terremoto de magnitud 7.1 azotó a Puebla, Oaxaca, Morelos, el Estado de México y la Ciudad de México. Habían pasado poco más de dos horas desde que la alarma sísmica sonara en la capital del país para conmemorar el terremoto de 1985. La historia se repetía 32 años después…

Y al igual que aquella fatídica mañana de hace 32 años, los primeros en reaccionar fueron los ciudadanos que no se imaginaban el alcance de esta nueva tragedia. Las zonas más dañadas de la ciudad resultaron las colonias del Valle, Condesa y Roma y hasta este jueves se reportan 38 inmuebles con graves afectaciones.

Sin importar nada, socorrieron a quien lo necesitaba y quienes se encontraban cerca de edificios colapsados corrieron para quitar escombros con las manos: niños, mujeres, adultos mayores, todos comenzaron a sacar escombro para tratar de hallar a personas con vida. Fue así que pronto miles de voluntarios se apostaron en la fábrica de textiles de Chimalpopoca y Bolívar, en la colonia Obrera; en el edificio con número 286 de la Avenida Álvaro Obregón en la colonia Roma, o en el multifamiliar Tlalpan, sólo por mencionar algunos.

En medio de la tragedia se mostró que la unión hace la fuerza. No faltaron las personas que proporcionaron botes, cubetas, agua y material para laborar. Sin importar la clase social o la nacionalidad, miles se apostaron en las calles para socorrer. Las cadenas humanas se formaron una y otra vez, al igual que una y otra vez se levantaba el puño, en señal de pedir silencio ante la esperanza de haber escuchado algo entre los escombros, quizá alguien con vida.

Mientras unos ayudaban como voluntarios sacando y cargando escombro, otros abarrotaban los supermercados, tiendas, farmacias, ferreterías y tlapalerías para comprar agua, alimentos, herramientas y medicamentos que donaron en los distintos centros de acopio que se han levantado a lo largo de la ciudad. En tanto, decenas de familias comenzaron a preparar sandwiches, tortas, tamales, atole y hasta tacos que repartían entre los voluntarios para que recuperaran fuerza.

“Hay muchos hermanos que nos necesitan en este momento. Ahorita ellos, mañana nosotros. No sabemos qué vaya a pasar el día de mañana”, dice Celia Uribe, una mesera que con una sonrisa reparte alimento y dulces a quien guste en la colonia Condesa. Ella sabe que en esta situación cualquier ayuda es bienvenida.

La calidez humana se hizo presente. La ciudad está abarrotada de ayuda, de quienes socorren humanos y hasta rescatan mascotas. Toda vida cuenta, dicen.

Las redes sociales se convirtieron entonces en fuentes de información y en vías para conocer qué se necesitaba y en dónde. Gracias a ellas en poco tiempo lo solicitado llegaba al punto de pedido, la gente sabía a dónde acudir y los videos de rescate se viralizaron en poco tiempo. Pero también sirvieron para evidenciar la otra cara de la moneda, denunciar casos de cuentas falsas de rescate de mascotas, informar sobre asaltos en Santa Fe mientras el tráfico no fluía y hasta para burlarse de Televisa y la historia de “Frida Sofía”.

Pero mientras el escándalo se suscitaba este jueves, la ayuda no mermó. Algunos seguían esperanzados frente al televisor con la idea de que una niña fuera rescatada con vida del Colegio Enrique Rébsamen, mientras otros continuaban su labor en las calles, como Enrique González, un hombre de 63 años que sin importarle la distancia entre su casa en Atizapán de Zaragoza en el Estado de México y la colonia Condesa decidió acudir por segundo día consecutivo a colaborar con lo que fuera.

“Ayudo en lo que puedo para echar una mano”, dijo en entrevista para Mientras Tanto en México cuando repartía agua a quien tuviera sed, luego de empezar el día barriendo en la zona.

Las calles aledañas al Parque México están llenas de personas. En el lugar se busca a perros perdidos o dueños de mascotas rescatadas. Otros se organizan para ir a las zonas de desastre. Algunas personas se alejan cansadas tras varias horas de apoyo, pero con la satisfacción de haber contribuido. Caminar por la banqueta resulta casi imposible por las cintas amarillas que impiden el paso ante el riesgo de pasar cerca de un edificio dañado.

Decenas caminan tratando de llegar al Parque España, donde han escuchado o leído que necesitan manos. Mientras caminan la quietud se rompe con el grito de un policía: “¡Apaguen celulares! Hay riesgo por fuga de gas”. Todos obedecen y el ambiente cambia, el aroma se torna turbio, es difícil no percibir el fuerte olor del combustible que escapa desde ayer sin que nadie sepa a ciencia cierta cuándo se podrá controlar la situación.

En el Parque España la imagen es conmovedora, es una escena muy parecida a la del Jardín Pushkin a unos cuantos kilómetros. Los voluntarios no se dan abasto. Cuando se pide algún tipo de colaboración no dudan en levantar la mano o dar un paso al frente.

Cerca está el edificio colapsado de Álvaro Obregón. La imagen hiela el cuerpo y forma un nudo en la garganta, pero eso no impide que se siga laborando a marchas forzadas para localizar a sobrevivientes. En lo que alguna vez fue el techo, el personal de rescate y remoción de escombros se mueve apresuradamente. El tiempo corre y urge sacar a quienes puedan estar ahí.

Más adelante la ayuda fluye a raudales. Un joven en silla de ruedas hace un donativo, algunos voluntarios descansan en la banqueta, otros comen un aperitivo, otros toman un breve curso de primeros auxilios y varios más se alejan tras haber ayudado. De pronto, se pide silencio, uno a uno los puños de las cientos de personas apostadas en el lugar se levantan. El silencio es sepulcral, pero da esperanza.

Pronto el bullicio continúa y decenas de personas, en su mayoría jóvenes se forman a la espera de brindar su ayuda en la zona colapsada. Todos llevan un chaleco, casco y cargan herramientas que han traído desde sus hogares o compraron antes de llegar. Entre ellos se encuentra Adriana Osorio, quien estudia Biología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con tan sólo 22 años se aferra a un mazo que espera poder usar pronto para ayudar.

“Lo que hace que México se mueva es la gente. La gente, la ayuda. En realidad es la gente que está ayudando, que está saliendo”, expresa y añade que no son los partidos políticos, de los que su ausencia es cada vez más notoria en las zonas afectadas, pues se han limitado a pronunciarse en redes ante la exigencia de donar parte de lo asignado por el Instituto Nacional Electoral (INE) para las campañas de 2018 a la reconstrucción del país.

Aunque hay personas de todas las edades, en su mayoría quienes han tomado las calles son jóvenes como Adriana. Todos buscan aportar un granito de arena, ya sea barriendo, dando masajes a los voluntarios cansados, proporcionado ayuda psicológica, atención veterinaria, repartiendo frutas, chocolates, agua y hasta sonrisas para los niños.

Atrás quedaron las críticas a esa generación supuestamente apática y las expectativas se han puesto muy en alto ahora pues es una generación que ya despertó y se espera no sólo colabore en las tragedias, sino que ayude a cambiar el rumbo de México.

A pesar de la tragedia y las duras pérdidas, los mexicanos han demostrado que no necesitan de partido o político alguno para organizarse y dar la mano a quien lo necesite. Una vez más, como hace 32 años, la ciudadanía está dando una gran muestra de su fortaleza y está mandando un mensaje fuerte y claro al mundo: Vamos a salir adelante.