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Se parece tanto al PRI, que no puedes engañarnos

Misael Habana de los Santos/Bajo Palabra.

ACAPULCO, Gro., 25 Julio 2016.- Tampoco el llamado divo de Juárez ha querido ser o aparentar algo que no es. Ni activista por los derechos de la comunidad LGTB, ni mariachi borracho y mujeriego, al estilo de Pedro Infante. Ni icono de las derechas ni de las izquierdas. Tan solo un prolífico y buen compositor, regular cantante, devenido en una especie de Liberache vernáculo por el que el público paga para cantar y festejar sus devaneos, joterías, que ya se atreven a decir su nombre.
Años después de sus conflictos con Hacienda, y de un silencio obligado impuestos por las televisoras, hoy con más popularidad y aceptación que nunca, con discos nuevos, en donde recicla sus éxitos de siempre, dijera él “al ritmo de la tecnología, en los tiempos de Facebook”, y una serie de televisión autobiográfica que machaca los mitos de su supuesta heterosexualidad.
Juanga nos entrega su única certeza, que es un intelectual orgánico del sistema que como el padre, el hijo y el espíritu santo, en su caso, televisión, música y poder (Partido Revolucionario Institucional) hace una jotísima trinidad, aceptada por el pueblo católicamente macho.
Y en el show, de más de tres horas, presentado la noche del sábado en el salón del Mundo Imperial, segmentizado de tal forma, como un colonial corral de comedias moderno, que deja claro que siempre ha habido clases sociales.
Entradas desde 500 pesos, parados; pasando por zonas doradas y diamantes de tres y tres mil quinientos pesos, hasta el área lounge de 4 mil, Juanga dejó de manifiesto que ama mucho a México, a su religión,  católica  apostólica y al PRI.
Cuarenta y cinco minutos después de la hora de inicio se prende la pantalla gigante como fondo de todo el escenario y nos entrega un video que sintetiza la historia oficial del país, donde se ve a Carlos Salinas, José López Portillo, Vicente Fox, Felipe Calderón,   Porfirio Díaz, Zapata, Villa y con bandera septembrina en brazos del presidente Enrique Peña Nieto, que en paquete se llevan una estruendosa rechifla por el respetable.
Mientras corre el video bailarines folclóricos al estilo Amalia Hernández corren por el escenario y presentan la imagen del México de la felicidad, mochada históricamente, cercenada de los pasajes históricos recientes: el subcomandante Marcos, ahora Galeano,  los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala, las luchas populares contra las reformas neoliberales y los maestros de la CETEG, tampoco tienen lugar.
No, para qué, la visión histórica nacional como en el documental Hecho en México (Dir. Duncan Bridgeman) de Televisa, perfectamente light, descafeinadamente glamuroso. Un video clip como financiado por la Secretaría de Turismo (Sectur) y la Secretaría que preside Claudia Ruiz Massieu, que retrata al México bonito,  al México blondy, al México planchado.
Y ya ubicados en la patria juangabrielana y festejada por sus fans, un público telenovelero, entre los que estaban funcionarios del gobierno del estado, la mayoría de diputados locales, encabezados por la presidenta del Congreso y su vernácula presencia, blusa verde y su cabello agarrado como cola de caballo, Flor Añorve, apareció el divo en traje azul cielo de dos piezas, camisa de seda blanca, acompañado por al menos 50 músicos entre mariachi y filarmónicos.
De ahí para adelante a cantar y a moverse con el repertorio archiconocido y siempre revisitado por la genialidad de Juanga y sus productores que editan, cortan y pegan, se fusilan lo popularmente exitoso y le dan vuelta a la tuerca.
La potente voz de Juanga se entrega, se gasta, se apaga. El maquillado rostro del cantante se derrite por el sudor. Las cejas depiladas al estilo Salvador Novo se curvean por el paso de los años que dejan ver las arrugas donde la oportunista estética de la cirugía no ha sido requerida.
Así el divo es querido, aceptado. El joven del video cruzando el puente fronterizo nada tiene que ver con el que canta una versión nueva de La Frontera,  ni el tema mismo, ni su rostro mismo, cada vez más parecido al guazón de Ciudad Gótica, nada es igual, porque Dios perdona el tiempo no, Juanga dixit.
Salón a reventar con un público que paga chelas a 60 pesos, refrescos a 30 y botellas de guisqui a casi tres mil pesos.
Al final, el divo acompañado por jóvenes cantantes, termina sin voz, interpretando el viejo éxito de los Credences,  los legendarios Creyentes del Agua Clara  el sonado Haz Visto Alguna Vez la Lluvia. Bueno y aplaudido como todo.
A esa hora ya había pasado la medianoche y las ganas de seguir escuchando el glosario de desamor juangabrielesco  este neo terapeuta involuntario de nuestra enclosetada sexual democracia que también funge en el escenario, como sanador de nuestros traumas y frustraciones. ¡Que viva Juanga cabrones!