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TLAPA: Después de la elección… la represión

En el atrio de la iglesia de la colonia Tepeyac, el gas lacrimógeno cumple su misión. Hombres y mujeres con ojos llorosos contabilizan los daños que minutos antes causó la policía federal. En el interior de la capilla, imágenes de santos, velas y flores yacen en el piso; la mesa donde el sacerdote oficia la misa, volteada patas arriba; las bancas en desorden. Mancha de sangre y huella de la mano en el piso.
Aquí parece que el diablo movió todo para sacar a sus hijos que estaban retenidos.
Afuera, los vecinos hacen la denuncia ante la prensa. “Entraron para matarnos”, dice un maestro. “El disparo vino desde adentro”, adelanta otra vecina. “Mataron a un compañero y están heridos tres más”, detalla un joven.
Después de que policías federales y soldados incursionaron en la colonia Tepeyac, las calles quedaron desiertas. Los vecinos cerraron puertas y ventanas ante el temor de que regresaran a detener a los que encabezaron la movilización. Por la calle 5 de Mayo, tres patrullas y una grúa con todo y camioneta arden en llamas.
El domingo en Tlapa, lo que inició con cierta normalidad, terminó con el asesinato de Antonio Vivar Díaz, tres heridos y la detención de nueve personas: cinco maestros, dos maestras, un comerciante y un niño, que fueron trasladados a Chilpancingo en un helicóptero.
La persecución empezó cuando decenas de policías federales allanaron las instalaciones de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero (CETEG) cuando los mentores transmitían desde la frecuencia 93.1 FM, para invitar a la población de Tlapa a no salir a votar como parte del boicot electoral.
Antes de los hechos violentos de la policía federal, dirigentes del Movimiento Popular Guerrerense (MPG) –que aglutina a la CETEG, estudiantes de la Universidad Pedagógica Nacional, Frente Popular Revolucionario, comunidades de Tlapa, comerciante  y organizaciones sociales de la Montaña– dijeron en una entrevista que no harían actividades que pusiera en peligro la vida de sus compañeros y de la ciudadanía de Tlapa. En esa plática, los líderes aseguraron que no acudirían a votar, porque hacerlo es le gitimar a la clase política.
La represión en contra de los colonos de la Tepeyac, inició el lunes 1 de junio cuando integrantes de MPG fueron desalojados del palacio municipal por un grupo de choque de la colonia Caltitlán y taxistas de los sitios Juárez y El Señor del nicho; al día siguiente, el gobernador Rogelio Ortega acudió a Tlapa para hacer entrega del edificio al cabildo.
La agresión se repitió el viernes cuando los maestros y organizaciones sociales fueron desalojados por la policía estatal y el grupo de choque que dirige Rufino Sierra y el hermano del presidente electo Javier Moreno Prieto. El saldo: dos maestros –Juan Tenorio Villegas y Leogil Sánchez– heridos por la golpiza que les propinaron los taxistas y policías.
Sobre la avenida Heroico Colegio Militar, las largas filas de electores esperan que los funcionarios de casilla terminen de organizarse para empezar a votar. La jornada electoral transcurría sin sobresaltos. Sólo en las colonias Cuba Libre y Zapata no se instalaron las urnas, en la primera, la papelería fue interceptada cuando funcionarios de casillas iban al lugar; y en la segunda, un día antes, en una asamblea, los colonos determinaron no permitir que se llevaran a cabo las elecciones, en protesta por la golpiza que policías del Estado y un grupo de choque le propinaron a los maestros el viernes cuando realizaban una marcha pacífica en las principales calles de Tlapa.
En la comunidad de Tlaquitzinapa, pobladores impidieron que los representantes electorales instalaran las casillas, en protesta por la golpiza que recibió su vecino Juan Tenorio Villegas.
En Totopec, simpatizantes de los partidos Revolucionario Institucional y de la Revolución Democrática intercambian acusaciones de coacción y compra de votos.
Una columna de humo se eleva al cielo en espiral desde el puente del río Jale. Una multitud de curiosos observa la camioneta que consumen las llamas, mientras tránsito municipal acordona el área. Una llamada anónima alerta a los reporteros para que acudan al lugar.
En el puente, un hombre de playera verde alza la voz para que los medios lo escuchen. “Fueron ellos”, dice sin dar más p ista de quienes provocaron el incendio.
El fuego, prácticamente, consumió el vehículo, sin que las policía estatal o federal que tienen tapizada la ciudad llegaran. Los únicos que se asomaron por allí, fueron los agentes de tránsito municipal y bomberos de Protección Civil.
Metros antes de llegar al Jale, en el puente peatonal se ve una manta con un mensaje. “SIN SITIO JUAREZ Y SEÑOR DEL NICHO, POR MODER LA MANO DE QUIEN LE DA DE COMER. FACEBOOK: JUVENTUD EN REBELDÍA DE TLAPA”.
La cotidianidad en la colonia Tepeyac se alteró cuando la policía federal incursionó en las instalaciones de la CETEG para detener a los maestros que transmitían desde la frecuencia 93.1 de FM. A esa hora nadie imaginaba lo que vendría después.
“Los policías entraron a la Coordinadora a detener a los maestros; los golpearon muy feo porque desde aquí se oían gritos de los profesores. Se llevaron a diez de ellos”, dice a los reporteros una mujer.
El repique de las campanas de la iglesia congregó en cosa de minutos a los vecinos, que de inmediato colocaron una barricada frente a la oficina de la Coordinadora. Cuando el delegado de la colonia, Juan Navarro, trataba de organizar a los colonos, pasó un taxi del sitio Juárez y los vecinos lo interceptaron. El chofer se dio a la fuga, dejando el vehículo abandonado.
Desde la altura que significa la banqueta, Juan Salmerón socializó la información de lo ocurrido a la CETEG, y sometió a escrutinio las propuestas inmediatas para liberar a los detenidos. Una vecina propuso que todos se trasladaran a la mesa receptora de votos para bloquear la jornada electoral. Todos estuvieron de acuerdo. Así que se encaminaron a la delegación de la colonia. Camino a la casilla, se encontraron con una treintena de policías federales a bordo de tres patrullas.
Los agentes llevaban toletes y escudos, pero también armas de fuego. Al ver a los colonos, descendieron de la camioneta para contenerlos. La maniobra se les revirtió y allí quedaron encapsulados.
El tañido de las campanas se confunde con la voz de Juan Navarro que sale del altoparlante para pedir apoyo a las colonias circunvecinas para que se concentren en la Coordinadora.
Dos grúas remolcaban a dos camionetas que según los federales tenían reporte de robo.
En un descuido, los federales subieron a las patrullas y arrancaron para escapar, pero se los impidió la lluvia de piedras y palos que los inconformes les lanzaron. Un grupo en su mayoría jóvenes, los alcanzó en la calle 5 de Mayo los volvieron a encapsular.
Allí, levantaron otra barricada con troncos, piedras y tabiques. Una mujer entrada en canas salió a su puerta de su casa para ofrecerle a los chavos medio centenar de tabiques.
“Agarren los tabiques, no hay problema; usen los que puedan”, indica mientras sube a la azotea de su vivienda. “También hay troncos y fierros viejos”, ofrece. Una hora después, llegaron otros federales a rescatar a sus compañeros retenidos.
Para entonces, ya habían llegado colonos de las colonias: Zapata, Cotlanco, Santa Anita, Juárez, Lázaro Cárdenas y Cuba Libre a reforzar las barricadas. Los vecinos se envalentonaron y encerraron a los 30 policías en la capilla de Guadalupe con todo y equipo antimotines y armas, por las mujeres.
Mientras las mujeres retenían a los federales, Juan Salmerón enfrentó al jefe del operativo que iba al rescate de sus compañeros, un tal “N. Castillejos”, según la plaquita prendida a su uniforme.
“¡Cuando el pueblo se levante, por pan libertad y tierra/ temblarán los poderosos de la Costa hasta la Sierra”… “El pueblo unido jamás será vencido”, se escucha.
Unas mujeres se organizan para hacer una valla de avanzada; una dice a sus compañeros: “Hay que entonar nuestro himno nacional, es nuestra arma de lucha para estos vendepatrias”.
Ante el temor de que los federales apostados en las entradas principales volvieran a entrar a detener a vecinos de la Tepeyac, los colonos colocaron otras barricadas y pusieron vigilancia en las calles donde no había.
El delegado Juan Salmerón seguía dialogando con Castillejos, quien en varias ocasiones ofreció garantías para los detenidos, pero a cambio quería a sus compañeros retenidos en la capilla. “Me comprometo a que no les pasará nada a los detenidos; es más, te lo firmo en un papel si no me crees. Les doy garantía que nada les pasará”, ofreció el jefe policiaco.
La diputada local Fredislinda Vázquez Paz llegó hasta ellos y dijo que la había enviado el gobernador Rogelio Ortega a dialogar con los inconformes para que entregaran a los policías retenidos. Lo único que consiguió fue que los colonos la corrieran a gritos: “¡Vendida!… ¡Vete de aquí!…”.
Enseguida llegó el director del Centro de
Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan,
Abel Barrera Hernández, para mediar entre el delegado y autoridades estatales.
Mientras los colonos replegaban a los policías, Abel hablaba vía celular con una persona a quien le pedía propuestas inmediatas para resolver el conflicto.
Cortó la conversación y se acercó a los vecinos a explicarles el avance de la negociación. “Hay dos propuesta compañeros: una es que entreguen a los detenidos a Ramos Reyes en Chilpancingo; y la otra es que los traigan vía terrestre a Tlapa”.
Los colonos rechazan las propuestas. “Se los llevaron de la colonia y los queremos aquí de donde los sacaron. Les damos media hora para que lo hagan”, gritan todos.
El repliegue de los policías duró dos horas. Entre consignas, los vecinos sacaron de la colonia a los policías que eran apoyados por militares desde las entradas de la colonia.
La poca vigilancia que había en el lado sur, permitió que por allí entraran policías federales, junto con militares, para rescatar a sus compañeros, que ya se organizaban para el rescate. De pronto, la colonia se quedó a oscuras, y vinieron los disparos de gas lacrimógeno.
Los vecinos que se encontraban en el atrio de la capilla se dispersaron y desde adentro del templo se oyó disparos. Una bala impactó en el pecho de Antonio Vivar Díaz, que apenas pudo correr unos diez pasos y cayó justo frente el busto de la virgen de Guadalupe.
Las patrullas llegaron por todas las entradas de la colonia. Los federales golpearon a diestra y siniestra a quién tuvieron enfrente. La única reacción de defensa de los colonos consistió en tocar las campanas y lanzar algunas bombas molotov contra los iracundos policías.
Al final de la represión, llegaron paramédicos de protección civil para atender a los heridos que fueron golpeados con toletes en la cabeza.
En el interior de la iglesia, en una esquina, casi en la puerta, quedó una mancha de sangre. Un vecino dijo que allí un policía estrelló la cabeza de la profesora Xóchitl Cano, pero alguien la rescató y la llevó a la ambulancia para que la atendieran.
Durante la incursión de policías federales y soldados, varios reporteros quedaron atrapados. Algunos lograron refugiarse en las casas que los colonos ofrecieron para resguardarse.
El ataque policiaco-militar duró una hora, hasta que dispersaron a todos los colonos. Media hora después, por la calle 5 de Mayo, tres patrullas, una grúa y una camioneta remolcada ardían en llamas.


Kau Sirenio Pioquinto