CHILPANCINGO,
Gro., 17 Noviembre 2015.- Desde Hace dos décadas una investigación detectó
tráfico de mariguana; el profesor prefirió no denunciar: “me dejaría solo el
gobierno”.
Un
Comité estudiantil controla la escuela; obliga a jóvenes a marchar y protestar;
a quienes no acatan sus decisiones los agreden sexualmente.
Consumo
y tráfico de drogas, golpizas, alcohol en exceso y acoso escolar y sexual como
medida represiva contra quien no se suma al grupo estudiantil que controla la
escuela es lo que se vive dentro de los muros de la Normal Rural Raúl Isidro
Burgos.
Jaime
Solís Robledo, ex director de esa institución, en su momento amigo de Lucio
Cabañas y ex alumno del maestro izquierdista Othón Salazar, cuya gestión se
desarrolló entre 1999 y 2000, decidió denunciarlo en un libro de reciente
aparición aún con los riesgos que esto conlleva, advierte, para su seguridad.
En
61 páginas, en el volumen Ayotzinapa y yo, exhibe que la vida de esa
institución la rige en realidad no una autoridad educativa sino el Comité
Estudiantil, el mismo que mandó a los 43 alumnos de primer ingreso a Iguala,
donde perdieron la vida a manos del crimen organizado.
Narra,
“una serie de anomalías en la vida cotidiana del plantel tales como
alcoholismo, riñas cotidianas, robos y, lo más delicado, tráfico de mariguana”,
que se registran desde hace más de dos décadas, por lo menos.
Casos
como éste los descubrió en una revisión de la autoridad educativa él era
funcionario antes de llegar a la normal, la cual inició tras la toma
estudiantil de 50 camiones y que derivó en la muerte de uno de ellos,
procedente de Campeche, después de un forcejeo con policías a quienes querían
desarmar.
Sostiene
que al conocer el asunto del tráfico del enervante, en 1988 dio a conocer el
nombre y apodo de un ex alumno que la introducía a la escuela. Sin embargo,
reconoce, no presentó denuncia por consejo de colaboradores cercanos, quienes
le advirtieron: “el gobierno del estado me dejaría solo, decidí proteger mi
seguridad y de quienes habían efectuado la investigación”.
El
libro toma relevancia a propósito del caso Iguala, sobre el que la
investigación oficial determinó que 43 alumnos de esa institución fueron
secuestrados, asesinados y quemados; sin embargo, no ha incluido información
sobre la forma y condiciones bajo las cuales opera internamente esa
institución.
Solís
Robledo plasma cómo se conduce el Comité Estudiantil y revela un caso grave de
acoso contra tres jóvenes a quienes no querían autorizar su ingreso al
internado: “les hicieron la vida imposible”.
“Los
actos de hostilidad consistieron en empellones […]; despertarlos en plena
madrugada a cubetazos de agua, etc. […]. Uno de los tres me buscó en mi oficina
implorándome que lo cambiara de plantel, pues ya no podía soportar el martirio
al que fue sometido.
“Entre
lágrimas me confesó que mientras dormía llegaron varios estudiantes que lo
sujetaron de pies y manos, mientras uno de ellos le puso el pene en la boca.
¡Ayúdeme por favor! Escuché varias veces entre un llanto desesperado.
“No
me quedó alternativa y me vi en la necesidad de ubicar a los tres en otras
escuelas normales rurales […]”.
Destaca
que ningún alumno puede desacatar las órdenes del Comité Estudiantil so pena de
ser acosado hasta hacerlo abandonar el plantel:
“Cuando
alguien es reincidente de incumplimiento, aunque sea por enfermedad, es
hostigado con crueldad… La Secretaría de Educación de Guerrero podrá ordenar
cien veces al área de Control Escolar del Plantel que inscriba formalmente a
esos jóvenes, pero en los hechos el violento acoso escolar los hace desistir en
su deseo de estudiar en la ‘revolucionaria’ normal de Ayotzinapa”.
El
ex director de la normal también da cuenta de cómo se realizan las
movilizaciones estudiantiles, como la que derivó en la desaparición de los 43:
“Para el envío de contingentes estudiantiles en apoyo a las movilizaciones de
inconformidad, el comité estudiantil ordena que se vaya un grupo o todos los
grupos de tercer semestre, por ejemplo, o de primero (caso Iguala), quinto o
séptimo […]. En la escuela quienes mandan son los alumnos […]. Ninguna
autoridad puede intervenir en ese ámbito”.
Solís
Robledo también habla de las consecuencias de la falta de autoridad: “[…]
alumnos cayéndose de borrachos; peleas sangrientas entre ellos; una degradación
sexual cotidiana, pero acentuada desde los viernes por la tarde hasta el
domingo; el servicio de comedor para mucha gente ‘que viene de fuera’[…]”.
Recuerda
que contratistas que en su gestión hicieron obras le aseveraron: “esto los
fines de semana es un burdel”.
Afirma:
“mucha gente se va con la finta de que los alumnos de la normal solamente
faltan a clases durante sus movimientos, cuando trascienden los muros de la
escuela y andan en son de guerra contra la sociedad en general; (pero) esto no
es así”.
“Sus
inasistencias a clases son sistemáticas y permanentes. Las actividades
académicas, deportivas y culturales, pasan a segundo o a tercer plano, pues
constantemente salen del plantel, del municipio o del estado para asistir en
grupo al apoyo masivo o de asesoría a cualquier movimiento de inconformidad,
sea educativo o de otra índole”.
“¿Cómo
opera esto?... En virtud de que el Comité Estudiantil ejerce un férreo control
sobre los alumnos, éstos no pueden negarse a cumplir las comisiones que se les
encomiendan, so pena de hacerse acreedores a las sanciones que sus dirigentes
les imponen que pueden ser: confiscación del ‘pre’ (el apoyo económico que la
SEP otorga a los estudiantes normalistas), ser excluidos del comedor o de
algunos beneficios que eventualmente se logran”.
Sobre
su libro de denuncia, que se publica bajo el sello Los Reyes, aclara: “los
alumnos y exalumnos de la normal saben que no miento, pero ¡cuidado y lo
comenten con alguna persona! Las consecuencias para ellos serían desastrosas
[…]”
Social Plugin